domingo, 8 de julio de 2007

Parece ser que me fui

Destacada por los premios Teatro del Mundo, en actuación femenina, dirección, musica original y fotografía teatral

El espectáculo fue estrenado en el Festival Internacional de Payasas de Andorra, realizando presentaciones además en Barcelona, Bilbao y Valencia. Participó además en el Festival Internacional de Clown de Madrid, en el 9 Festival Estival de la Patagonia, Festival Patacómico en el Bolsón y el
Festival de Otoño del Corredor Mesopotámico, en Paraná. En Buenos Aires se presento la sala Noavestruz, con gran éxito de crítica y público.

La silla pequeña blanca, único elemento escenográfico que uso en el espectáculo, se la regaló mi bisabuela a mi mamá cuando ella era pequeña. En recuerdo a sus juegos de niña, revivo su uso. ¿Que diría aquella mujer italiana, llamada Angela, de esta silla con la que hoy viajo en avión, auto, tren, colectivo de corta y larga distancia por todo el mundo posible y a mi alcance?



El primer paso. Un número.



En el principio de los tiempos hubo un número que lo llamé "La embalada". Una vez viaje con mis queridisimos Papota. Me construí un traje con los emboltorios de sus valijas. Y así envuelta, Marta, siendo ella misma su equipaje, buscaba su lugar. Y se preguntaba si era necesario hacerlo. Si su lugar, era en el que estaba. Si era mejor estarse quieta o en movimiento. Y si era posible estarse quieto, porque la tierra, el unico lugar donde uno puede estarse quieto y enrraizado tambien se mueve todo el tiempo. ¿Como es entonces? ¿Hacia donde ir? Le mostre aquel número a Raquel. Ella me pidio que lo reptiera sin toda esa gran protección celeste que me cubría. Y allí comenzó un nuevo viaje. Desconocido para mí. Para el segundo encuentro tenía la tarea de escribir lo que pensaba Marta de toda esa experiencia. Y así apareció este texto. El primero, del que se fueron desprendiendo cada vez capas y capas y capas más profundas. Y yo sorprendidísima de lo que hay ahora.



Que pasa Marta? Parece ser entonces que me fui. Estaba haciendo mis cosas. Mis cosas de siempre. Siempre las mismas cosas. Y me fui. Es que las mismas cosas ya nos son las mismas o quieren ser otras cosas nuevas. Entonces, me fui. Dejé todas esas cosas. Algunas las abandoné. Las dejé por la mitad. Otras las envolví, las devolví, las despedí, las regalé. Y hasta esas cosas que quiero mucho, mucho, mucho...también....las....de...jé. Y me fui. Me fui a un lugar que me dijeron que iba a encontrar. Que tenía que buscar con o sin cansancio para después quedarme en ese lugar. Yo no sé cómo y donde está ese lugar. Pero me dijeron que estaba ahíi esperándome a que yo lo encuentre. Me lo dijeron otros que parece ser que saben mucho. Y como saben, yo voy. Después por ahí, esos, no saben nada, pero bueno a mí me hace bien creer que saben. Porque algo sabén, ¿no?. Algo deben saber.... Entonces voy. Además tengo que ganas de ir. Vooooooy! Aunque me da miedo, que éstos que saben me metan en cualquier balurdo. Y un balurdo, es algo de lo que no es fácil salir. Cualquier Balurdo, es Cualquier Balurdo. Y Balurdo da miedo. Me da miedo de que los que saben y me engañan me digan: ¿qué te pensás que vos vas a poder atravesar este balurdo? Ja Ja Ja!! ¿Quien te crees que sos? Cancherita, Caprichosa, Sobreevaluada! Y yo, eso que me dicen los que saben...también me lo creo. Entonces es ahí, justo ahí cuando no me quiero ir a ningún lugar a buscar nada de nada nuevo. Y ahí es justo cuando extraño loca, loca, y nostalgiosa a mis cosas de todos los días. Y pienso: para qué voy a hacer tanto lío? Mejor me quedo! Tranquilita, encerradita acá! Sin querer conocer nada de nada nuevo. Y estoy quieta y en silencio. Y no espero nada. Hasta que siempre en algún momento, no se sabe my bien porqué, y por esas circunstancias de la vida, algo me llama, me desvarajusta, alguna mosquita vuela en mis narices, corre un viento suave y caliente, siento algún aroma a comida recién horneada....y pienso: Algo más tiene que haber. Algo está más allá. Algo más lejos. O más adentro.
Algo más tiene que haber.

Los Papota

Comenzó en el 2003. Nos reunimos para hacer un mes de Variete en una ciudad en crisis. Seguimos juntos para nuestro asombro 3 años mas. Con viajes sorprendentes en el medio. El trabajo de creación en grupo es una experiencia que debe ser vivida. Agradezco a Dario, Fernando, Camilo, Erica, Lila, Agustín, por haberme regalado tamaño aprendizaje. Han cambiado mi vida. Han hecho que un sueño se cumpla. Existieron importantísimas personas, que colaboraron con este proyecto. Todos los invitados payasos, Hernán C., y Hernán G., Mariela, Valeria, Rebeca, Martín, Lucho, Maby. Si buscas en el link de los Papota encontrarás mas detalles históricos.


sábado, 7 de julio de 2007

Estar acompañada


Hace muchos años en una variete por la calle Corrientes, conoci a una “chica grande”con vestido blanco y un casquete antiguo de tul. ¿Seria de alguna abuela que soño con casarse? Hablaba en aleman. La habian abandonado parece. Era muy fragil, cantaba hermoso. Solo que en un momento se convertia en una especie de bestia de la selva. Quede anonadada. Y creo que fue la primer payasa que vi en mi vida.

Supe que entrenaba con Guillermo Angelelli. Igual que yo, pero en el otro grupo, mas avanzado.Nos cruzabamos a veces. Tenia el pelo cortito y una risa contagiosa. Me llamaba mucho la antencion. Me acuerdo que mostraba el ombligo en una secuencia de esas antropologicas que armabamos con Guille. Me encantaba que sea tan descocada.

Hace muchos años, cuando todavia no eramos amigas, caminaba por la calle Corrientes y me la encontre una vez mas a Lila. Me dijo que queria irse a vivir a Europa, estaba cansada, entraba a internet (ya era cibernetica en esas epocas) a un bar que hoy no existe. El país que estábamos viviendo nos despedía constantemente. Rondaba la desesperanza. Y me dieron ganas de decirle : Quedate! No sabía muy bien porqué. Tal vez intuí que algo teníamos que vivir juntas. Acompañarnos.

Pasó el tiempo, estaba estrenando mi primer propio hijo -espectaculo, medio actriz, medio payasa todavia. Y le pedi a Lila que venga a darnos su opinion en un ultimo ensayo. Ella ya era para mí muy importante. Habia algo en su manera de observar que me impulsaba a llevar a fondo lo que empezaba a dejarse ver.

Un día, no se porque, se lo tengo que preguntar, vino a visitarme a mi departamentito de un ambiente de la calle Libertad (que lindo nombre para comenzar de nuevo), era la hora de la siesta, ella no habia almorzado, y llego repleta de golosinas. Me dijo que Cristina Martí estaba pensando en montar una obra, que si queria estar. Que la idea era hacer una recopilación de nuestros sueños soñados, seleccionarlos, unirlos, y darselos a nuestros payasos para ver que hacian con ellos. Cristina habia sido mi primer maestra. Era una propuesta increíble. Yo dije que si, por supuesto, y empezamos a trabajar juntas.

Despues vinieron los Clowns No Perecederos. Descubríamos que éramos dos payasas por momentos opuestas, por momentos complementarias. Era un desafío y alegría encontrarnos.

Casi juntas comenzamos a dedicarnos a dar clases. Compartíamos procesos muy parecidos.

Tuve el placer,entonces, de ser parte de su primer grupo de clown. Disfrutaba a lo loco de sus talleres. Y siempre que puedo, hoy, me cuelo en uno de ellos. Muchos de mis primeros numeros fueron creciendo, y armandose con su mirada. El encuentro era los viernes en Huella. Mostrábamos desesperados de público y despues nos ibamos de gira por “las varietes del momento”.

Me fui a Brasil. Estudié con el grupo Lume. Llegue decidida a dejar todo, irme alla y dedicarme a ser payasa. Lila me escuchó, se enojó un poco me acuerdo, y me escribió. Una carta tan hermosa, de esas que hacen llorar. Yo la guardo, y la releo a veces porque esas cosas que ella escribe duran para toda la vida. Lila me dijo quedate! Y yo recordé ese encuentro casual por Corrientes.

Y me quedé. Y al poco poquisimo tiempo, llegaron Los Papota. Menos mal que le hice caso. Ya no había ninguna duda que habíamos decidido andar juntas por el mundo con nuestras narices colgadas del corazón.

Lo que mas me gusta de Lila es cuando salta y le queda la cara risueña, los ojos enormes. Me gustan sus chistes tontos. Sus varias personalidades. Sus cambios abruptos sin coherenencia alguna. Sus ataques de llanto. Esos que son de novela. Intensisivos y cortos. Sus abrazos fuertes. Sus gritos de niña cuando no quiere levantarse temprano. Sus pantuflas rojas,el placer con el que come alfajores “cachafaz”, y los arranques de amor por revivir las plantas del jardin.

Que suerte que estamos cerca. Que suerte que somos amigas. Que suerte que no nos fuimos.

Y nos quedamos.

Hoja en Blanco, quiero ser

Marta espera. ¿Adonde está todo lo que fue prometido?
Y él que llega y sabe canciones nuevas, quién es?

Marina Barbera es Marta Saldutti

Agustín Flores Muñoz es El Músico
Lila Monti es La directora
Escenografía : Valeria Alvarez
Vestuario: Mariela Berembaun y Valeria Alvarez
Diseño de Luces: Ricardo Sica
Producción Ejecutiva: Rebeca Checa


En febrero del 2005 el espectáculo es invitado al Feverefestival, en Campinas - Brasil. El mismo año se estrena en Buenos Aires (Argentina) , en el Teatro La Voltereta. En el año 2006, realizan funciones en el Teatro Absurdo Palermo. Luego participan en el Festival de La Payasada de Tandil, en el Festival Internacional de Clown de Madrid, presentandose además en La Riereta Teatre, en Barcelona, en el Espai de Circ El Montó en Valencia y en El Clownstro, en Santiago de Chile.



Las giras fueron apoyadas por un gran grupo de gente amada.
No me alcanza esta vida para agradecer.


Links de prensa

www.atrapalo.com/espectaculos/evento-9667-hoja-en-blanco-quiero-ser www.guiadelocio.com/madrid/teatro/fichadeciudad.cfm?id=128934 http://magazine.diariosigloxxi.com/noticia.php?id=16790



viernes, 6 de julio de 2007

de Marina a Marta

Abro mi mochila verde. Está repleta. Nunca encontré el tamaño adecuado. O es muy grande, o es muy pequeño el lugar donde traslado mis objetos. El vestuario de mi payasa. Siempre hay un bolsillo que se rompe y es necesario re- re- remendar. Siempre un cierre que no cierra, y algo de todo lo que guardo sufre el aplastamiento, el arrugue. Hay una constante insistencia en llevar todas las cosas que creo necesarias. Aunque bastaría mi cuerpo, bastaría mi alma, bastaría mi nariz. Pero no. Mi mochila verde, explota. Lo que más pesa son los zapatos y el bolsito naranja de maquillajes. La cajita donde descansa mi nariz es de madera. La compré en una feria en Brasil. Esta pintada a mano. Y si no fuera a mano, ¿como sería? Cuando volví de ese viaje decidí que quería pasar mis días enteros acompañada de mi payasa. Y renuncié a todo lo que no estaba en ese camino. La caja es resistente, aunque tiene la pintura desgastada y el gancho que la cierra, ya no lo hace. Por eso queda selladísima con una bandita elástica. Las narices que guardé siempre estuvieron protegidas mientras no andaban por mi rostro. A veces llevo dos. Eso pasa cuando estoy sintiendo que ya llega el tiempo de cambiarla. Antes que se rompa. Me da vértigo que se me rompa. La goma es difícil de reparar. El bolso del maquillaje está en el fondo de la mochila. Para encontrarme con el tengo que sacar fuera mis zapatos blancos, mi vestido floreado que era de la mamá de Darío cuando era joven, y una bolsa de supermercado chino con mis medias largas y claritas, una pollerita de tul negra y una bombacha rosa de mi abuela. Aprovecho que esta todo fuera y me cambio. El vestido tiene un alfiler de gancho en la cintura para resaltar la parte de atrás de mi cuerpo. Siempre digo que tengo que hacerle una pinza, pero yo nunca me pinché.
Estoy lista para mirarme al espejo. Mirarme a los ojos. Siempre empiezo por mis ojos. A darle a mis párpados el color azul que necesitan. Veo mi rostro cansado. Mis ojeras profundas. Y recuerdo el deseo cumplido de estar ahí. En ese preciso momento haciendo eso. Maquillarme es una caricia para cuando mis nervios están crispados. Alargo mis pestañas. Marco el contorno de mis labios con un lapicito que tomé prestado y no devolví.
Y luego para terminar, deslizo mi dedo índice derecho por una crema roja intensa, apoyo ese dedo en mis labios, los cubro, y con el color que queda impregnado en la piel de ese único dedo rojo, dibujo círculos esfumados en mis cachetes.
Cuelgo la nariz en mi cuello. Tomo un peine color verde. Un regalo secreto. Bato mis pelos. Quiero estar muy despeinada. Pienso que si sigo así voy a quedar pelada, pero sigo. El cabello, cuanto más alterado mejor. Por ahí se filtra mi desequilibrio. Una buena dosis de spray para terminar. El olor a mi abuela. Y listo.
Me veo bella detrás de esa máscara. Llegó el momento de abrazarme fuerte con quien esté compartiendo ese instante. Gritar un poco. Saltar.
Suelo espiar la gente que entra. Suelo escuchar el murmullo. Siento que energía esta vibrando ese día en ese espacio.
Y justo antes de salir a escena me pregunto:
¿Que hago acá? ¿Como puede ser que llegue a este momento?, ¿como puedo hacer para salir corriendo y suspender todo?, TENGO MIEDO, esto es una locura, mejor me voy. Y luego de esa inevitable tormenta de pensamientos, siento mi cuerpo suspendido, transpirado de sudor nervioso. Suspiro profundo, me pido tranquilidad, y decididamente cruzo aquella línea del tiempo y el espacio, con la intención de que alguien ría conmigo de este mundo tan desordenado, misterioso y lleno de preguntas sin respuesta.

foto de javier flores
www.digawhisky.com.ar

jueves, 5 de julio de 2007

Ser Payaso en un Hospital

Conocí a Jimena Cavalletti valiente-guerrera-doctora-payasa-argentina que vive en Valencia.
A través de ella contacté con Sergi Claramunt, un gran amigo ahora, director de la Asociación Payasospital. Desde 1999, esta ONG, tiene el heroico objetivo de alegrar niños y niñas hospitalizados por cáncer y otras enfermedades graves. El me ha dado la posibilidad de observar un arduo día de trabajo. Los Payasos eran Fafi y Darío. Sergi, me acompañaba explicándome hacia donde íbamos y como era el método de trabajo. Me animé a visitar el hospital donde están los niños más graves. Los primeros sentimientos son muy contradictorios. Siempre es injusto que un niño esté enfermo, medicado y sin el contacto de sus padres. Yo no podía ver más que los aparatos que los rodeaban, los respiradores, los olores, la inmovilidad.
No podía dejar de llorar. Me enojaba. Me escondía. Tenía vergüenza de mí misma por no poder estar entera allí. Sergi, me cuidaba. (Es importante para la primera vez este apoyo).
Hasta que poco a poco, y en medio de esa gran desolación y desesperanza, vislumbré a los payasos. Nada de lo que yo veía, les importaba. Ellos pasan esas superficiales barreras y buscan el corazón. Buscan primero que nada, eso. Conectar con el fondo más íntimo de ese ser humano. Atraviesan los límites del cuerpo físico. El dolor. Y cuando lo lograban, y de regalo el niño reía, yo que era un pequeño y agradecido público espiando, tenía ganas de gritar de la alegría, saltar, abrir las ventanas y decirle al mundo que eso estaba ocurriendo. ¿Cómo puede ser que esto no salga en los diarios todos los días? No sé cuantos niños visitaron ese día, pero por lo menos 25. Uno por uno. Dedicándoles especial atención. Y todo el edificio reía.
Que hermoso poder escuchar sus instrumentos amplificados por los silenciosos y solemnes pasillos del hospital. Que risa los chistes en el ascensor repleto de adultos serios.
Y que bien cuando las enfermeras conocen ciertas rutinas y se animan a participar descaradamente y sin nariz de las representaciones.
Yo presenciaba la transformación, al menos por un instante, de esas personitas en estado de máxima vulnerabilidad. Los objetos, las puertas, las ventanas, los papeles higiénicos, todo era un juego posible. En tanta oscuridad, los clowns y sus canciones eran destellos luminosos, caricias que hacían viajar a otro espacio en el tiempo. Hoy estoy agradecidísima por la experiencia, Darío y Fafi me recordaron por qué decidí ser payasa algún día.
Poder reírnos de nuestras grandes tragedias es evolucionar. Es tener la capacidad de observar la realidad desde otro plano de la conciencia. Es no cerrarnos a una sola manera de sentir la vida. La liviandad de la risa nos hace más sanos. Cuando hay dolor, un pequeño instante de alegría, nos calma, nos acaricia. Y por eso, cuando una persona tiene la simple intención de lograr la risa del otro, no estamos hablando mas que de amor.