viernes, 31 de diciembre de 2021




Cuando todo el mundo se detuvo, y me encontré lejos de mis seres queridos y de mi amado trabajo, una soledad inmensa y un abismo impensado, me dijo que era el momento de dar vuelta las cosas, de pegar el volantazo, arriesgar más, cambiar el rumbo, volver empezar. Así es que cuando todavía era complejo circular y las rutas argentinas estaban vacías y la primavera empezaba a asomarse, tome mis petates indispensables, mi querida gatita, y me fui. Me fui de la ciudad, de la dinámica de la ciudad. Estoy ahora y hace un año en un hermoso pueblo del sur, cerca de lagos inmensos, de montañas imponentes, de lluvias e inviernos largos. Estoy entonces uniendo las partes, embelleciendo las historias marcadas, tomando contacto con el relato que traigo como una piel que ha viajado mucho, y que se resguarda cerca de miles de pájaros nuevos, para que la mirada conserve vida, curiosidad, inquietudes.  
Se dice que me dedico al teatro, al teatro de la conmoción, de la profundidad transformadora de los ojos cómicos.  Soy actriz. Soy payasa.Varias horas de mis días se viven en las clases, o en prácticas, o ensayos e investigaciones sobre inventar mundos. Tengo un interés por el gag, y por la descompostura poética. Como un apasionamiento por ver los cuerpos despilfarrando estados alterados o inhibidos, frágiles. Evoco y a veces persigo, un estado de alegría explotada adentro, que humanamente se nos escabulle.  
Cuando descanso canto. Cuando descanso escribo. O me cocino algo riquísimo. 
Y cuando no quiero hacer nada de nada, me perfumo, me siento un rato en calma, en mi lugar preferido, a escuchar el movimiento del agua.