El lenguaje del clown es un arte antiguo, escénico popular y una herramienta para la vida, las dos cosas al mismo tiempo. Pero a diferencia de cualquier otra técnica relacionada al teatro, no trabajamos con la construcción de un personaje ajeno a nosotros mismos. El clown, o payaso es un aspecto, una frecuencia, un estado que ya nos pertenece.
El ejercicio consiste en descubrir los motores que activan nuestro costado mas irrisorio. El humor propio que emerge cuando atravesamos cierta adversidad, o cuando encontramos el momento de tomar distancia de la tragedia cotidiana, no para negarla, sino todo lo contrario, para tomarla, engrandecerla, embellecerla. Transformamos la realidad conocida en un salto cómico que nos acerca a nuestra mas profunda vulnerabilidad humana.
Establecemos relación con una platea partícipe, involucrada, incluida en la escena. No queremos más espectadores dormidos o entretenidos, desviados de la consciencia social.
Habilitamos un cuerpo vehículo de impulsos, desinhibimos las formas domesticadas. Construimos la transmisión de un contenido poético, una lógica. Y entre tanta distancia de dialogo polarizado actual, damos pasos sobre un puente en desequilibrio hacia la relación con el otro.
La máscara o nariz roja, no disfraza. Oculta un punto en nuestro rostro para revelar otra verdad. Una que acerca, y es mas cruda, sin filtros, sin el adorno del protocolo.
En un tiempo de caídas de grandes estructuras anquilosadas, la desobediencia constructiva del payaso, es necesaria. Y para eso nos juntamos, practicamos, entrenamos.
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